Huellas de dinosaurios y huellas humanoides en la misma capa rocosa del lecho del río Paluxy, un martillo prehistórico fuera de su tiempo, y un museo creacionista involucrado en una presunta conspiración. Todos estos elementos han sido reunidos por nuestro colaborador Gustavo Fernández, quien recientemente viajó a tierras texanas para traernos el siguiente informe.
Este deambular por otras latitudes en que ha devenido mi vida tiene recovecos inesperados y sorpresas intelectualmente deliciosas, pues el placer contemplativo del intelecto no sólo abreva en hallazgos o conclusiones sino también en admirar que aún las ideas y propósitos más bizarros del ser humano pueden ser campo fértil para la expresión de cierta belleza estética. Y si en medio de ese derrotero aparece la oportunidad no ya de encontrar respuestas sino de aprender a formular mejores preguntas, bien hallada sea la circunstancia. Esto es concretamente lo que pensaba en ese atardecer estival de Texas cuando regresábamos —junto a Orlando Rodriguez y su familia— desde Glen Rose, un pequeño, típico pueblito al noroeste de Dallas, dos horas de carretera. Allí existe un santuario arqueológico, caracterizado no solamente por el hallazgo de fósiles de gran valor sino de huellas en el limo fosilizado del lecho del río Paluxy.
Y un «hecho maldito» que incomoda a muchos: huellas pretendidamente humanas simultáneas a la de los grandes saurios. Ya había leído esta información hace años, en libros primero, Internet después. Así que como que en Glen Rose, en un museo, también se encontraba un martillo… Incrustado en una roca del Cretáceo. Vi fotos, y desconfiaba. La cabeza de hierro, inoxidada después de unos 140 millones de años, podría ser creíble (tenemos muchos otros sitios en el globo con presencia de hierro inoxidable, como la columna de Qoubt Minar, en la India, con, mínimo mil doscientos años constatados) pero el trozo de cabo de madera me hacía escéptico. ¿Cómo algo de madera podía sobrevivir a semejante lapso de tiempo y esas condiciones de compresión, calor, humedad, sin desintegrarse absolutamente?
Luego supe leer también que, respecto a las pretendidas huellas humanas mezcladas con las de dinosaurios, un habitante del lugar, hace años, relató que en su lecho de muerte su abuelo le había confesado haber sido el autor. Y un poco más tarde, que esas huellas pretendidamente humanas y ese martillo pretendidamente jurásico estaba en exhibición en un… Museo de Evidencias de la Creación, propiedad de cristianos fundamentalistas. Fue entonces cuando mi «raciocinio» —inevitablemente, a esas alturas y por lo que veremos después, condicionado por las manipulaciones globales— me dijo que, sin duda, eran todos fraudes y falacias, sin otro valor. Pero estaba en Texas, y la oportunidad de un día de paseo justificaba la excursión. Así que allá fuimos. Y, una vez más, estando en el terreno, comprobé qué perversamente (en el sentido psicológico de la expresión: «desviado de lo correcto») equivocado puede estar uno sin cruzar la información en el mismo escenario de los sucesos. Las huellas Detengámonos en una somera descripción del hecho.
Las huellas de grandes saurios, tricerátops, velocirraptors y brontosaurios entre muchos otros, quedaron grabadas en el entonces cenagoso lecho de lo que era un gran pantano en épocas en que aún Godwana estaba en proceso de reconfiguración y lo que hoy es el terreno abrupto (extraño en un Texas mayoritariamente plano) del río Paluxy, el punto de choque de dos placas tectónicas. Pasaron miles, millones de años, el cieno se endureció, fue cubierto por más limo pero de combinación erosionable, y mientras el primitivo se solidificaba los vientos primero y el naciente río luego erosionó la capa superficial hasta quedar las huellas a la vista. A nadie llamó la atención hasta que en 1938 un paleontólogo de vacaciones por la zona reparó en ellas, las denunció oficialmente y comenzó la tarea de recuperación que culminó con la creación de un parque santuario que los preserva para la posterioridad.
La segunda etapa de esta historia comienza en los tempranos años de la década del 1950, cuando corre el rumor que en el sinuoso, transparente río, habían sido observadas «huellas humanas» en abigarrada mezcla con huellas de saurios. Se recortan varias de ellas, aprovechando tiempos de sequía se obtienen copias en yeso de otras y permanecen en viviendas particulares hasta que en los años 70s se funda el mencionado Museo (como bien me dijera mi amigo Orlando, una contradicción: quien tiene fe en la Creación no necesita evidencias, y quien necesite evidencias no tiene fe) que acumula, entre objetos realmente bizarros, buena parte de esas huellas y el citado martillo.
Sin embargo, caminando bajo el tórrido sol de Texas con 43/44º C, con las piernas húmedas del cálido agua de río y con extremo cuidado por el moho y el musgo que tapizan las rocas, encontré una sorpresa: el lecho del Paluxy conserva aún muchas huellas «humanas», así como de dinosaurios, no expoliadas y censadas. Medidas, filmadas y fotografiadas (algunas imágenes acompañan esta nota) observo que son claramente de dos tipos: uno, de pies descalzos, aparentemente muy humanas en proporciones y con cinco dedos pero…. De treinta y cuarenta centímetros de largo (si su propietario tuviera las relaciones antropométricas propias de los humanos, debería tener entre 3,50 y 4 metros de altura), y un segundo grupo, levemente más grandes que el pie humano normal (si me rigiera por las medidas de calzado propias a Argentina, diría que corresponderían a un número 44/45) pero evidentemente con calzado. Así es, era fácil advertir la marca del taco en el talón y la terminación «en punta», a la par de la marca plantar propia de un pie embutido en una bota.
Más tarde sumé a mi análisis las huellas que se encuentran en el Museo, llegando a estas conclusiones provisorias: Tengo la fuerte impresión que son absolutamente reales (si podemos obviar por un momento, y tengo una razón, que estén exhibidas en un «museo creacionista» y no en una institución más «seria»). Alguien me recordará aquí el relato del anciano que —según su nieto— se habría adjudicado la falsificación de las mismas vaya a saberse con qué funambulescas intenciones. Recordemos a aquellos dos abuelos británicos —ya fallecidos— que hace años se adjudicaron, tabla de madera y cordel mediante, haber realizado «todos» los «círculos de las cosechas» del Reino Unido. Y el problema no es que se los adjudicaron; el problema era que tantos medios periodísticos se hicieran eco bajo el título de «Resuelto el misterio de los círculos de las cosechas»… Luego vinieron multitud de agrogramas en otros continentes, multitud después de fallecer ambos y olvidar multitud que ya habían ocurrido incluso antes que nacieran, pero bastó que aparecieran dos sujetos autoculpándose para que el tema quedara zanjado en la Wikipedia cósmica de los escepticoides.
Ello, sin extendernos en recordar cuántas veces ante la aparición de asesinos seriales una retahíla de psicópatas llaman a las estaciones de policía atribuyéndose los crímenes. De manera que un ignoto anciano en Glen Rose le haya dicho a su nieto que él «fabricó» las huellas, no prueba absolutamente nada. El viejo refrán de «a confesión de parte, relevo de pruebas» demuestra, una vez más, que los refranes son «memes» de ingeniería social bastante poco fiables.
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