sábado, 7 de abril de 2018
Distingue si tu PEREZA en realidad es MIEDO
Quizás, alguna vez, has sentido una tremenda pereza para quedar con tus amigos o asistir a ese curso de oratoria en el que con tantas ganas te habías apuntado. Una parte de ti desea ir, pero llegado el momento o unos días antes parece que la pereza hace acto de presencia. Pero, ¿y si no es pereza? Hoy vamos a descubrir cómo es el miedo que se disfraza de pereza.
Muchas de nuestras emociones se esconden bajo otras y nos confunden. Es como si se pusieran un disfraz para evitar que las descubramos y nos perdamos así en un laberinto emocional. Si lo hacemos, si entramos en su juego y nos perdemos en su realidad, es porque de algún modo no nos conocemos y todavía nos queda por caminar para madurar a nivel emocional.
¿Por qué sentimos pereza?
La pereza no es más que una manera de protegernos y de evitar aquello que no queremos hacer. Cuando se acerca el día en el que vamos a quedar con nuestros amigos o se inicia el curso de oratoria al que nos apuntamos, un gran sopor nos invade. Es entonces cuando empezamos a dar vueltas a muchos pensamientos hasta llegar a la conclusión de que hemos aceptado algo que no queríamos hacer de verdad.
Ahora bien, hay que tener mucho cuidado con este tipo de situaciones. Si la primera reacción que hemos tenido ha sido positiva, pero la pereza asoma cuando se acerca el momento de la verdad, no es que no queramos hacerlo, es que estamos huyendo de algo. ¿Nos sentimos cómodos con nuestros amigos? ¿Ha pasado algo con ellos? ¿Tenemos miedo a hablar en público o a conocer personas nuevas?
La pereza se convierte en un salvavidas. Es una reacción para huir del miedo. Pero no podemos caer en la trampa de creer que en realidad deberíamos ser más asertivos con nuestros amigos y decirles “no” si realmente lo sentimos. Hay algo que no estamos queriendo mirar. Un miedo profundo que está usando a la pereza para que nos quedemos en casa y no podamos enfrentarnos a él.
Quitándole el disfraz al miedo
El miedo puede disfrazarse de múltiples formas para que no sepamos detectarlo y no tengamos que enfrentarnos a él. De ahí que trabajar con nuestras emociones nos ayude a destapar y quitar sus disfraces. Veamos qué podemos hacer al respecto.
Imaginemos que hemos tenido relaciones fallidas que han terminado de manera traumática. Nos encontramos solos, disfrutando de nuestra soledad, no obstante cada vez que nuestros amigos quieren quedar (ellos traen a sus parejas), cuando llega el momento nos invade la pereza. La pereza nos insta a quedarnos en casa.
En esta situación podemos pensar que no queremos quedar con esas personas o que no nos apetece. Pero puede que no sea sí. Por ejemplo, puede dolernos ver a nuestros amigos felices con sus parejas, mientras nosotros solo hemos tenido experiencias de fracaso. O quizás, que nos moleste que siempre tengan que traer a sus parejas.
Aunque disfrutemos mucho de la compañía de nuestro amigos, somos víctimas de un miedo atroz que no está superado. Fruto de las experiencias, de aquello sobre lo que no hemos aprendido aún, lo que este miedo nos está diciendo es que volveremos a caer en viejos errores o bien, nos aislaremos para no tener que enfrentar esa desagradable sensación.
El miedo que se disfraza de pereza lo que busca es protegerse para que no tengamos que enfrentarnos a él. Por una parte, es un mecanismo de protección de nuestra mente para evitar el sufrimiento, pero por otra es un límite a nuestro crecimiento personal.
Empecemos a hacer aquello que tanta pereza nos da. Comprendamos nuestras emociones y, sobre todo, pidamos ayuda. Es importante terminar con ese miedo que se disfraza de pereza. Permitirle que continúe solo hará que vivamos limitados, y esto es incompatible con el bienestar y la felicidad.El miedo que se disfraza de pereza intenta esconderse para que no podamos quitarle el disfraz y enfrentarnos a él. Creer en su mentira durante mucho tiempo impedirá que vivamos libremente.
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